"FIN DE SEMANA EN EL CAMPO
Podía ser un viernes cualquiera, pero ese día cuando amanecía se notaba algo especial en la casa. Padres al trabajo, niños al colegio, todos ellos alegres, porque al terminar la jornada empezaba el fin de semana. Fin de semana de campo, dejando durante dos días el estrés de la gran ciudad.
Los niños contaban los kilómetros que faltaban para llegar al 124.
Justo ahí, es donde dejaban la carretera de Valencia para entrar en un camino dificultoso y lleno de baches. Pero nada importaba, solo faltaban 3 kilómetros para llegar a ese lugar que a todos les parecía un oasis.
Los vaivenes del coche sorteando baches, no era impedimento para empezar a disfrutar viendo la hilera de álamos, que empezaba a la derecha del río Záncara y llegaba justo hasta el Lago.
A la izquierda del río, pasando un pequeño puente queda el Congosto. Una pequeña Villa o aldea antiquísima, donde en los años 70 todavía vivían 5 o 6 familias.
Justo enfrente del Congosto, a la derecha del camino, y rodeado de girasoles, tenemos las ruinas del pequeño cementerio de esta pequeña Villa. Encima del viejo cementerio, hay un palomar, utilizado como pajar en los años de los que hablamos.
Llegamos a la entrada de la Urbanización donde hay un restaurante - por aquel tiempo abierto al público- y, justo al lado, sigue estando la antigua casa de labranza. Donde estaba el unico telefono para comunicarnos con nuestros familiares en caso de emergencia.
En la puerta del bar, estaba aquel árbol centenario que tanto llamaba la atención, y al que todos los del lugar llamaban el Olmo.
Cruzando el camino hacia el río, estaba la zona de baño. Osea, el primer Lago que vemos. Seguido de este, había dos graveras, que años después, al ser abandonada su actividad se convirtieron en los lagos que conocemos hoy. Los tres convertidos con el paso del tiempo en un precioso humedal (en los que está prohibido bañarse). El baño en él, es muy peligroso por los sedimentos que se han ido acumulando en su fondo. Ello ha dado paso a la vegetación de juncos y tarays, que conocemos hoy en día, donde anidan una gran cantidad de patos y carpas. Para verlos, hay que buscar las primeras horas del día, o la caída del sol en la tarde, y unos buenos prismáticos.
Cuando era permitido el baño, llegaba los fines de semana familias de los pueblos cercanos a pasar el dia. En los primeros años murieron por ahogamiento algunas personas.
La Urbanización en aquellos años, casi no tenía árboles, solo había alguna encina, que son las que vemos repartidas y conservadas por algunos en su parcela. Todo era un secarral que había dejado el desmonte, para formar los caminos y parcelas. En los veranos el polvo se masticaba y en invierno los caminos se ponían intransitables.
Pero eso si. Como existían muy pocas vallas, podíamos encontrar nidos de perdices junto a nuestras casas.
Tanto las puertas de las parcelas como las de las viviendas estaban siempre abiertas. Y los niños corrían felices entre los campos sembrados de cereal o girasoles según la época del año. Lo mismo hacían una tienda de campaña debajo de alguna de las encinas, o echaban carreras con la bici, con el único peligro de venir con las rodillas desolladas.
Todo se disfrutaba con la intensidad que dan los años jóvenes. Pero a la vez, con la desventaja e incomodidades que tenía por entonces la vida en el campo. No es que fuese mejor ni peor, solo teníamos juventud y ganas de naturaleza. "